miércoles, 9 de diciembre de 2009

Cristiano Ronaldo, Pepe el brujo y el gafe futbolístico.


Mientras disfruto de unas “vacaciones” maravillosas, teniendo que seguir medicándome con antidepresivos, durmiendo fatal y añorando mi antiguo trabajo, hoy he visionado por primera vez un anuncio de una estrella futbolística, estrella que por cierto canta fatal pero le habrán pagado una lluvia de millones por diez segundos de gorgoritos, quien fuera el…..
Y lo que he leído de esta estrella me ha indignado, pues un individuo dice que lo está gafando con sus malas artes, y va a hacer que no juegue o no marque goles, algo difícil de creer, pero dentro de la sociedad en que nos movemos, no es de extrañar que nos salgan imitadores con un evidente ánimo de lucro.
Este hecho me ha traído recuerdos algo lejanos en el tiempo, que quiero compartir en este blog, para que se sepa cómo actuamos los gafes genuinos y profesionales.
Cuando era joven, tenía un compañero de colegio, Clemente se llama, para el cual no existía otra cosa que no fuera el futbol. Jugadores, entrenadores, fichajes, alineaciones, clasificaciones, etc era su único pasatiempo. Con el a veces solía ir al cine o hacer los deberes del cole. Aquella tarde de invierno de los 80, Clemente me llamó con mucho interés y me invitó a ir al futbol. En una larga llamada telefónica me dijo que su padre había sacado tres entradas, y que una era para su primo que se había puesto enfermo, así que me invitaba a ver un España-Holanda que, según el, era bastante interesante y yo, aunque me negaba, me pedía que lo acompañase y sucumbí a la invitación.
Y así, este pobre gafe acudió sin mucho interés a ver un partido de futbol, algo que ni me atraía ni me atrae. La verdad es que a mi nunca me ha gustado ese deporte, algo estúpido pero que genera mucho dinero, y tras pasar un par de aburridas horas viendo cómo la pelota pasaba de unos a otros y rodaba por el campo, me fijé sobre todo en Don Clemente, el padre de mi amigo, señor muy religioso, y alto cargo en una hermandad de semana santa, cuya transformación era asombrosa, a cada momento saltaba del asiento como si le hubieran puesto un muelle en el culo a la vez que por su boca salían todo tipo de improperios e insultos dirigidos al árbitro y los jueces de línea, y cómo chillaba, qué garganta más poderosa.
Por fin, acabó el dichoso partido, bastante aburrido por cierto y fue cuando entendí el motivo por el cual Clemente insistía tanto en que lo acompañara. Mi amigo coleccionaba autógrafos de futbolistas, y me quería para que, junto a el, consiguiera algún autógrafo de los jugadores. Corriendo, o por mejor decir volando, mientras su padre se quedaba atrás, me azuzaba para que alcanzáramos una puerta por donde saldrían fugazmente los jugadores. Pronto me dí cuenta que, desafortunadamente, no éramos los únicos, y que mucha gente también se dirigían a ver a sus ídolos. A pesar de ello, Clemente, experto en moverse entre multitudes, alcanzó una primera fila no sin dar algunos empujones mientras yo avanzaba detrás de el. Justo detrás de mi, tuve la mala suerte de que se colocó una chica rubia, guapa de cara, de ojos claros, pero con unos cuantos kilitos de mas, o mejor dicho, padeciendo obesidad mórbida dadas las enormes dimensiones de su barriga. A su lado, otra chica morena, mucho más delgadita, tambien esperaba ansiosamente la salida de los jugadores. Como dos autenticos gilipollas, con un folio y un bolígrafo que me dio Clemente y los traía preparados, esperábamos a la vez que, muy cerca de nosotros, un grupo numeroso de policías a caballo y otros a pie, algunos con casco, montaban guardia y el frío de esa noche de invierno empezaba a afectarme de manera notoria. Tras una tensa espera, en las que mis manos con el papel y el boligrafo casi alcanzan el punto de congelación, por fin salieron algunos jugadores por la puerta. Aunque yo no conocia a ninguno, la consigna de Clemente era que mientras el se dirigía a algun delantero, yo tenía que “ir a por otro”, fuera el que fuera. Apenas habían comenzado a salir, intenté cumplir mi deber con el primero que me topase, y sin muchas ganas pero estando en primera file intenté alargar el boligrafo a un tío bajito, pero fue entonces cuando un potente brazo surgido desde atras, y que llevaba numerosas pulseras que casi se llevan mi oreja de por medio lo impidieron. A ello se unió un grito que casi me deja sordo: ¡¡¡¡¡Sandokannnnn Sandokannnnnn tio buenoooooooo!!!!!..la chica morena alargaba su mano a otro jugador, bastante más alto, y el jugador, un tiarrón de dos metros de alto, se dirigió a donde estábamos, lo que hizo que, cuando estaba muy cerca, la gorda , totalmente histérica, para alcanzarlo me pegara un empujón tal que caí en los brazos de sandokan, golpeándome la frente con su hombro, que parecía de hierro forjado. Aunque no me caí al suelo porque no había espacio, el jugador cogió el boligrafo y mi papel y quizas para compensarme quiso firmarlo. Fué entonces cuando en una fracción de segundo pude ver una mano que venía directa a mi pecho, y detrás de ella un policía bajo de estatura, con uniforme marrón y boina negra, con muy malas pulgas, diciendo ¡atrás!. El empujón me lanzó con tal fuerza que, parte de mi cuerpo tropezó con la inmensa masa de la gorda, haciendo que girara en el aire y en mi caída le dí a Clemente un tremendo pisotón, y lo digo por el grito que dió. Lo siguiente que recuerdo fue ver a la morena y a la gorda abrazándose las dos, saltando y llorando desconsoladamente de la emoción del momento.
Volvimos a casa, yo con un fuerte golpe en la cabeza y Clemente, cojeando, quejándose de su mala suerte, pues él no pudo conseguir ningun autografo. Eso si, el semicirculo con una puntada de boligrafo que me hizo el tal Sandokan en el papel se lo quedó diciendo que era muy valioso pues se trataba de un jugador internacional.

Había pasado una década de aquel episodio cuando, un amigo mío del que ya he relatado otro suceso (Véase el gafe taurino) me invitó a pasar el día en Cádiz. Era verano, hacía calor, y paseábamos por una plaza llamada de la libertad, al lado de un mercado de abastos cuando tuve que pararme en la acera pues un mensajero con un mono azul claro, la tenía ocupada con una carretilla. Al volverse, pude verle el rostro de frente. Esa melena…ese rostro, esa estatura tan alta....me resultaban muy familiares, me quedé mirándolo, intentando recordar donde había visto esa cara, mientras el mensajero se alejaba indiferente por la calle y se perdía entre la multitud.
Fue entonces cuando mi amigo dándose cuenta de que me había fijado en el, me dijo:
-Ese es JJ. Era jugador del Real Madrid, y estuvo en la selección española. Cuando se retiró le fueron tan mal las cosas que lo único que ha encontrado es un trabajo de mensajero. Y ya muy poca gente se acuerda de el…
La verdad, lamento profundamente haberle transmitido tan mala suerte a ese hombre, yo no quería ir al futbol ese día, pero por la experiencia que tuve puedo dar fe de que los profesionales actuamos así. Mientras amateurs que denigran nuestra profesión quieren darselas de gafe con evidentes fines de lucro, la mala suerte que nosotros pasamos no funciona de esa manera. Si algun dia me tropezara con el Cristiano ese, se puede dar por seguro que algunos años mas tarde, cuando un mendigo andrajoso con acento portugues te pida una limosna, lo normal es que esa cara te suene familiar, y que se trate del mismísimo Cristiano Ronaldo.


2 comentarios:

Ana Márquez dijo...

Pero ¿tú no sabías que andar diciendo que eres un gafe trae muchísima mala suerte? :-) Mientras más se dice, peor suerte se tiene. Hazme caso.

Gracias por tu simpático comentario en mi blog. El tuyo está diver, realmente. Un abrazote cibernético.

Montoyica dijo...

cristianoo!!!

Hay Oma que Rico!!!

jejeje

Besicos y no los gafes, jeje