jueves, 6 de noviembre de 2008

El gafe taurino





Aquella tarde de otoño sonó el teléfono de mi casa, cosa no muy habitual pues la gente, dado mi mal fario, me rehuye habitualmente.
-Hola, soy tu amigo R. ¿Cómo estas, te apetece un café?
-Claro que si, ¿Dónde quedamos?
-En el bar tal, frente a la plaza de toros
R es un ejemplo de gafe de la tercera edad. Una esposa, dos hijos, y un despacho profesional de cierto renombre avalaron su éxito hasta que, al jubilarse, su mujer le exigió el divorcio tras 39 años de matrimonio, rompiéndole toda su vida. Vive solo, de alquiler en un piso pequeño y sus ingresos se limitan a una pequeña pensión de autónomo mientras su mujer y sus hijos, con los que no tiene tratos, se encuentran alojados en la vivienda familiar, mas grande y lujosa. La soledad le ha llevado a la depresión y a buscar compañía para no tener que hablar con las paredes de su pequeño piso, así que, de cuando en cuando, a pesar de conocer mi condición de gafe, se atreve a llamarme. “¿que mas puede pasarme, si ya lo he perdido todo?”, me suele decir jocosamente.
Aquel bar donde nos íbamos a encontrar estaba frente a una de las entradas del coso taurino, lugar de fortuna y fracaso, de sangre y de muerte, y tras saludarnos y sentarnos, la conversación derivó hacia la tauromaquia.
-¿Sabes que una vez estuve a punto de que un toro me cogiera? , dijo R, lo cual picó mi curiosidad.
-Cuenta, cuenta…
-Pues sucedió hace muchos años, mis hijos eran pequeños, habíamos salido al campo y paramos en el borde de la carretera para coger corcho para el Belén, pues las navidades estaban cerca. Lo cierto es que, mientras mi mujer y mis hijos estaban cercanos al coche, yo me adentré un poco mas en lo que parecía una dehesa, y cuando me dí cuenta estaba al lado de un abrevadero, donde a menos de diez metros había un toro bravo pastando que ni había visto y que desgraciadamente avanzaba hacia mi. Decidí permanecer totalmente inmóvil, como una estatua y así estuve cerca de media hora hasta que por fin el toro decidió alejarse. ¡Que miedo pasé!.
-Yo también tuve una experiencia con toros, le indiqué.
-¿Y te pasó algo?, porque con tu suerte…..
Y viendo que tenia curiosidad por conocer mi vivencia taurina, le conté lo que me ocurrió:
-Sucedió hace cinco o seis años. Mi amigo F. estaba recién casado, y dándole lastima de mi situación, solo con mala suerte y sin salir de casa, decidió invitarme junto a su esposa a salir al campo, a hacer una ruta de senderismo, almorzar en un restaurante y de paso estrenar su flamante coche nuevo. A mi amigo F. le dije si tenia amnesia, pues mis viajes con él de soltero en su antiguo cuatro latas amarillo no fueron afortunados (en un viaje nos caímos a un canal de riego, en otro nos equivocamos de carretera, recorrimos 30 kilómetros de más y encima pinchamos de noche y sin rueda de repuesto en una carretera secundaria) y si no le daba miedo que les acompañara, pero me cortó con una frase tal como “lo tengo a todo riesgo”.
Y así, con un poco de miedo en el cuerpo, el flamante vehículo recién comprado enfiló la carretera hacia una sierra al norte de la provincia, y curiosamente nos acompañó el tiempo, invernal pero soleado, y el vehículo que, cosa rara, no sufrió ningún percance.
Después de aparcar, comenzamos a andar por un bello sendero señalizado y que, con fincas a los lados, discurría casi en su totalidad paralelo a un arroyo y a una ladera algo escarpada. El paisaje, bellísimo, dejaba ver algunos gorrinos echados en el campo y algun rebaño de ovejas balando, así como numerosos castaños, encinas y olivos. Avanzamos por el camino, y a lo lejos oímos el tolón tolón típico de algún rebaño de ovejas, que cada vez se nos hacia mas fuerte. Al bordear una curva, descubrimos algo horrorizados lo que se nos venia encima: Una manada de entre diez y quince cabezas de ganado compuestos por vacas y toros avanzaba lentamente hacia nosotros por el camino, sin que ningún pastor o ser humano las dirigiera. Estaban, sencillamente, sueltas. Tolonnn Tolonnn Tlonnn Tlonnn, sonaban cada vez más cercanos los cencerros del ganado, entre los cuales distinguimos un toro de color marrón que por su tamaño y cornamenta nos metió miedo en el cuerpo y un poco mas rezagados venía otro grupo de toros y vacas entremezclados. El camino, algo estrecho, limitaba por un lado con un terraplén que conducía al arroyo y por el otro con una falda de una ladera muy empinada, que era casi impracticable donde había algunos olivos alternados con encinas situadas en pendiente y no nos quedó mas remedio que trepar hacia ellos como pudimos y apoyarnos cada uno en un árbol, en su parte opuesta al camino para que el ganado no se fijara en nosotros. Poco a poco, las reses pasaron indiferentes por el sendero, más ocupadas en buscar pastos que en cornear a seres humanos, y cuando vimos que el último toro se encontraba lejos de nosotros, decidimos regresar al camino, no sin respirar de alivio, ya que en mi caso esperaba si no una cornada qué menos que un puntazo o un revolcón dada mi condición de gafe. Para bajar de la escarpada pendiente, tuvimos que agarrarnos con las manos a las ramas del árbol y, dando un salto, caer de pie en el camino. Yo, al dar el salto y caer noté que la tierra cedía ante mis pies. Supuse que era barro pero, la suerte de un gafe no podía ser otra: Alguna de las reses, a su paso por el camino había hecho de vientre, y mis pies cayeron sobre una enorme e impresionante mierda de ganado vacuno. Sin duda, el toro o la vaca que había usado el camino como un vulgar retrete padecía algún tipo de afección diarreica ó gastroenteritis, pues además de ser blanda y fresca era muy, pero que muy abundante. Tanto que, llevando calzado deportivo, los residuos orgánicos habían llegado hasta la parte superior de los talones, calcetines, bajos de los pantalones y la totalidad del calzado digamos que se “sumergió” literalmente en la impresionante y abundante boñiga.
Para complicar la situación, no era posible acercarse al arroyo porque el terraplén lo impedía y hube de recorrer unos doscientos metros con la mierda impregnada en los zapatos hasta que ,ayudado por una rama de árbol, me limpié como pude, y posteriormente, al cabo de un kilómetro, una amplia explanada que hacia posible llegar al arroyo,me permitió contaminar sus aguas hundiendo alli el calzado e intentando eliminar esa costra que ,cosa curiosa, a pesar del abundante agua a que la sometí no se terminaba de ir. Después de esa precaria “limpieza” los calcetines, los bajos del pantalón , y una amplia zona de las suelas seguían presentando fragmentos amplios de estos residuos que, aferrados como lapas, y comenzando a endurecerse, decidieron acompañarme en la excursión como polizones indeseados.
Al llegar al pueblo, entramos en un restaurante para comer, y alli, en un entorno cerrado, pude comprobar que los fragmentos boñigueros que quedaban olían mucho y de forma no muy agradable y para colmo, al lado de nuestra mesa, tuve la mala suerte de que se intentó colocar una familia con un niño de unos siete añitos que, angelito inocente, decía algo así como “mama aquí zan cagao o zan tirao un peo” mientras yo disimulaba admirando la belleza de la lámpara del techo, matrimonio que optó por colocarse en una mesa mas alejada con prudencia y disimulo. Los camareros, algo diplomáticos, disimulaban pero el olor del ambiente, mezcla de comida y excremento vacuno, no resultaba nada agradable con lo cual el almuerzo fue fugaz y breve dado lo incómoda de la situación.
Concluido el almuerzo, y sin parar para tomar café, regresamos en el flamante y nuevo coche, el cual hubo de ser sometido posteriormente a una limpieza exhaustiva y a fondo de los bajos de la parte trasera y que no estaba incluida en el “todo riesgo”. Mi amigo F. tuvo que comprar dos ambientadores, uno de ellos para la parte trasera que tuvo que dejar y recambiar varias veces, permaneciendo, a su pesar, el mal olor durante mucho tiempo. En cuanto a mis calcetines, los zapatos y los pantalones tuvieron que someterse a un proceso de lavado y desinfección a pesar del cual, durante un mes seguían “oliendo”.Tal era la potencia odorífera de la boñiga de la res diarreica.
Como veras, amigo R. yo también he tenido “experiencias taurinas”……le dije mientras apuraba mi taza de café mirando al coso.
Y R. solo tuvo fuerzas para decirme:
-Desde luego eres el campeón de la mala suerte.
Y es que lo que no me pase a mi.....

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me encanta como escribes