La verdad es que soy un gafe precoz, comencé muy joven pues me caí de la cuna a los siete meses de edad y para llevarme al hospital el porrazo debió de ser de alivio, según me contaron. Sin embargo, hoy, por ser el día de los fieles difuntos me vienen a la memoria algunos recuerdos un tanto borrosos de mi primer suceso como persona poco afortunada.
Ocurrió un día caluroso de verano, yo tenía cinco o seis años, no lo recuerdo con exactitud cuando, mi abuelo materno, enterrado en el cementerio de la gran ciudad donde resido, “cumplía”.Cumplir quiere decir que te expropian del nicho, y los pedacitos que quedan de ti pasan a una cajita mas pequeña para meterlos en otro enterramiento que ocupa menos espacio, o si no tienes dinero, pues van al hoyo del osario común.
Y a mi señora madre, no se le ocurrió nada mejor que aprovechar la coyuntura para llevar al abuelo al pueblo donde nació, a 30 kilómetros de la capital para que “estuviera cerca de su hermana”. Y tras algunos tramites de permisos de enterramiento, y mucho papeleo, como la ocasión lo "merecía", mi padre alquiló un coche con un chofer, “de los buenos” (Un dodge dart negro en concreto) para llevar al abuelo, o lo que quedaba de el en una cajita en el portamaletas. Para rematar la faena, un cura de una iglesia cercana nos acompañaba en la “excursión” a fin de rendir bendiciones y oraciones póstumas al abuelito, y de paso almorzar de gorra, o eso se creía el.
Recuerdo el recoger una pequeña urna en el cementerio grande, que fue colocada en el amplio maletero, ver el paisaje por las ventanillas de un cochazo enorme y llegar a un pequeño cementerio, situado en lo alto de un risco y pegado a una ermita, que concretamente es la de la patrona del pueblo en cuestión..
Recuerdo perfectamente al unico enterrador del pequeño cementerio, hombre mayor lleno de arrugas, vestido todo de gris y con una boina del mismo color que solo repetía “no zemos nadie” y “aquí acabaremos tos nozotros”, y también la ceremonia fúnebre, donde el cura extrajo de su bolsillo una botellita con agua bendita y empezó a decir cosas raras en latín mientras que arrojaba sobre la cajita de madera todo su contenido.
Una vez que el enterrador había tapado el hueco, se formo una pequeña tertulia con el cura y el enterrador, mi madre llorando y yo, pequeño, gafe y travieso, aproveche la ocasión para correr por el recinto,fijándome en que en una de las paredes del fondo había un montón de tierra apilados, y algunos nichos vacíos, lo que me llamó la atención y me acerque al lugar para verlo mas de cerca. Justo sobre el montón de tierra, había un nicho que tenia puesto un bonito jarro pequeño con flores, así que, aprovechando el montoncito de tierra, me subí para cogerlo, pero como mi estatura era pequeña, lo único que conseguí es que el jarrón se cayera sobre mi, resbalara sobre el montón de tierra y me caí de rodillas. Rápidamente acudieron mi padre, el cura, el enterrador y tuvieron que llevarme al medico del pueblo, sin contar con que el traje que llevaba para la ocasión era “especial”, pantaloncito corto y camisa blanca, que quedaron muy sucios como era de esperar. Después me enteré que “el montoncito de tierra” eran restos provenientes de desenterramientos y de difuntos que habian expropiado. Ni que decir que nos quedamos sin almuerzo pues me dolia la rodilla bastante estaba hasta arriba de polvo y nos vinimos de regreso. El pobre del cura se quedo sin almuerzo..
Si es que soy gafe desde pequeñito…….
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