viernes, 31 de octubre de 2008

Efemérides de la clavícula


Ahora que a todos les ha dado por celebrar esa estúpida fiesta que llaman jalowin o algo parecido, dejándose los pocos euros que les quedan en mascaras, escobas de bruja y similares, esta celebración en mi caso particular siempre me trae recuerdos de una efemérides: La llamo la efemérides de la clavícula.
Sucedió el 31 de Octubre del año 2000.En aquella época, todo me iba tan rematadamente mal que había reventado. Llevaba varios meses de baja laboral por depresión , y el psiquiatra me obligó a ir a un psicólogo a hacer eso que ellos llaman psicoterapia. Hay que decir que el sitio en el que trabajo, (culpable en gran parte de la enfermedad que sufría) me pagaba una “ayuda” de 2000 pesetillas por sesión, aunque tenía que presentar una factura con una serie de requisitos: Nombre, número de colegiado, Número de identificación fiscal….
¿A quien acudir? No conocía a ningún oidor de penas y un amigo, profesor en un colegio de niños pijos, me facilitó el contacto con un psicólogo que hacía “milagros” con los niños rebeldes pero que también, según me comentó valía para casos extremos como el mio.
Al llamar al teléfono que me facilitó, una voz de mujer con mucha parsimonia me dijo que “había un hueco el martes 31 a las seis de la tarde”.Le consulté si me hacían la correspondiente factura por sesión y me dijo que eso tenía que hablarlo con Don XXX (llamémosle así). Y ese día, martes (ni te cases ni te embarques) , armado de valor, con un documento del siquiatra de mi diagnóstico y otro documento de “requisitos para obtención de ayudas por tratamiento psicológico” llegué a un edificio cuyo portero electrónico, por el número de pisos, delataba que allí vivia todo un tropel de personas. Dos placas en la puerta, de un abogado y de un pediatra si mi memoria no me falla, sin que figurase signo externo de que allí había una consulta para locos aseguraba mi privacidad y la de esos niños pijos rebeldes que acudirían en busca de ayuda al hacedor de milagros.
Tras llegar al piso en cuestión, me abre un señor mayor, rayando en los sesenta, con pelo y bigote blancos, y una amplia sonrisa de oreja a oreja. Veo que es una vivienda por el olorcillo a café que emana de otra habitación aledaña que se encontraba cerrada, y por que el salón con su televisor y el tresillo correspondiente se divisan al fondo.Me hace pasar justo a la derecha, donde hay un bonito despacho decorado con maderas, con una serie de diplomitas en la pared, y dos estanterías a los lados con numerosos libros sobre enfermedades mentales que delataban la profesión del susodicho. Observo cómo acerca un reloj despertador de estos de cuerda y lo coloca como si fueramos a jugar al ajedrez, perpendicular a nosotros, y es entonces cuando empieza a hacerme algunas preguntas, sin perder esa sonrisa que cada vez se me hacía más falsa .Comenzó su interrogatorio con algunos datos personales, nombre, telefono…que anotaba en un folio en blanco. Intenté sacar del sobre la medicación, el informe del siquiatra y los requisitos de la factura que le iba a pedir, pero me cortó con un “eso te lo pediré después”. Y a continuación, sin perder la sonrisa, me dijo A ver…..¿Qué te pasa? y durante 42 minutos le estuve contando mis penalidades y fatalidades, mientras que observaba cómo echaba miradas al reloj de reojo y a la vez en el mismo folio que había anotado mis datos hacía algunas, más bien pocas, anotaciones en forma de frases cortas. Solamente en un par de ocasiones, me interrumpió para que le detallara alguna cosa mas, hasta que, sin darme tiempo a terminar y narrarle el infierno de mis últimos meses en el trabajo, me interrumpió y me dijo, sonriendo:
-No sigas, sé que es lo que te ocurre.La vida es como una bicicleta, todos pedaleamos y vivimos circulando por la carretera de la vida y avanzamos gracias al equilibrio que mantenemos con sus dos ruedas. La delantera, es nuestra familia, nuestros sentimientos, y la que al quedarte solo ya no esta y se ha perdido. La trasera, donde transmitimos el esfuerzo que hacemos, el trabajo cotidiano que nos permite salir adelante está pinchada, mejor dicho se ha roto y hay que enderezarla y cambiarle las cubiertas. Yo puedo ayudarte a que, como los equilibristas del circo, puedas arreglar esa rueda y salir adelante pedaleando solo con una. No te voy a dar una nueva cita ahora, piensa al salir de aquí si deseas que te ayude y en un par de días me llamas para pedirme hora…
Y sin perder la sonrisa, ni dejarme decirle nada me indica que “sus honorarios son 6000 pesetas”.Es entonces cuando saco el documento y le indico que necesito factura con número de colegiado, NIF, etc y sin mirar siquiera el documento me dice:
-En realidad cobro 9000 pesetas por sesión, pero tratándose de un tratamiento largo como es tu caso, y de vernos durante varios meses, te hago un precio de “amigo” bastante más bajo que el que cobran en otras consultas, porque te veo serio, formal y "de confianza", olvidémonos de tantos líos de papeles y facturas engorrosas.
Mi mirada, bastante triste por todo lo que me estaba pasando atisbó rasgos de odio ante esa cínica sonrisa de alguien que gana dinero negro con las desgracias de los demás. Y así, a los 54 minutos exactos, porque miré el reloj con el que controlaba el tiempo de la visita, me levanté, extraje de mi bolsillo 6000 pesetas que se las dejé en la mesa, sin estrecharle la mano, esbocé una leve y triste sonrisa y me acompañó a la puerta, sin dejar de sonreírme, y diciéndome "espero tu llamada, te voy a ayudar, piensatelo....".
Tan mal me sentó aquella visita, que tardé tiempo en encontrar el pulsador del portero electrónico que, escondido en los bajos del edificio, permitía salir a la calle, mientras mis pensamientos hacia el hombre sonriente no podían ser otros que mal rayo te parta, que te atragantes con mi dinero, cinco minutos para hablarme de una bicicleta……
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Habían pasado exactamente tres semanas desde aquella infamante consulta,y había encontrado a alguien que me hacía factura y me cobraba precisamente 6000 pesetas, el “precio de amigo”.Y aquel día había quedado citado con el profesor que me recomendó al susodicho.
-Menos mal que no seguiste con el psicólogo que te recomendé.
-La verdad hará milagros con los niños pijos, pero a mi no me cae nada bien.
-No, te lo digo porque se ha caído en la calle, se ha roto la clavícula y no puede atender a nadie hasta lo menos después de navidades.
Una sonrisa amplia, hizo que me olvidara de mi depresión de forma momentanea e iluminó mi cara.
No es tan malo ser gafe como creía, y si le pasas tu gafe a gente como esa algunas satisfacciones te llevas de cuando en cuando.

Y desde entonces, para mí, cada 31 de Octubre celebro la “efemérides de la clavícula…”

1 comentario:

Mj dijo...

jajaja espero que no!!

y también espero que no me pases el gafe como a tu psicologo!!!

un beso!